
Me desperté muy temprano y, estaba arreglándome, cuando sonó el teléfono.
-¡Lorenzo, Lorenzo! -escuché la voz del sobrino de Manolo- ¡Ven urgente a la casa de mi tío! ¡Ha ocurrido una desgracia! ¡Mi tío ha muerto, lo ha matado el ser!
Terminé de vestirme a toda prisa y salí con mi coche para la urbanización. No podía creerme lo que me había dicho. El solo pensamiento de haber perdido a mi amigo, y el sentir que había muerto en un día que el pensaba que iba a ser tan feliz, me aterraba.
Llegué en menos de quince minutos, la casa era un hervidero de gente. Policías, guardia civil, una ambulancia y algunos médicos entraban y salían constantemente. Algo más alejado había un grupo de personas con cámaras, que estaba claro eran de la prensa.
Me estaban esperando y me hicieron pasar al comedor. En una silla, llorando, el sobrino con los codos en la mesa y las manos en la cabeza.
-¡Lorenzo! -exclamó al verme- ¡Por el amor de Dios, diles que es verdad que mi tío iba a estar con un alienígena! ¡Lo ha matado, Lorenzo! Yo, al oír los gritos de mi tío he entrado con su escopeta y he matado al ser, pero ya no está, solo está el traje y ya había matado a mi tío.
Uno de los inspectores me hizo una señal para que me aproximara.
-¿Conoce usted a este muchacho? -preguntó.
-Si -contesté- es sobrino de mi amigo Manuel Durán.
-¿Sabe usted si es esquizofrénico o padece alguna enfermedad mental?
-No tengo idea, pero me parece que no. ¿Qué ha pasado?
-Hace poco más de una hora -me contó el inspector- recibimos una llamada de esta persona. Nos decía que un alienígena había matado a su tío y que el había matado al alienígena. Temiéndonos que hubiera habido alguna desgracia real, mandamos a una unidad que se presentó y constató que una persona, que luego supimos que era el profesor Durán, había sido asesinada con una aguja hipodérmica clavada en el corazón. El muchacho no paraba de decir que había sido un alienígena, naturalmente no le creímos, pero es que tampoco había nadie en el laboratorio, y lo que él decía que era una alienígena, no era más que un montón de ropa plateada cubierta de polvo. Me parece que está cómo una cabra.
-¡Lorenzo, Lorenzo! -gritaba el chico- ¡Diles que es verdad, diles que mi tío esperaba a un alienígena!
Iba ya a comentarles que, efectivamente, mi amigo nos había dicho que esperaba a un ser no terrestre, pero era absolutamente seguro que no me creerían y, de repente, me acordé que mi amigo siempre tenía una cámara funcionando en el laboratorio. A menudo le había preguntado cual era su función si estaba solo y todo lo anotaba. Me dijo que sus experimentos no eran normales y que, muchas veces, tenía que consultarlas para ver donde se había equivocado o para un control de tiempos reales.
-Inspector -le dije- mi amigo tenía siempre una cámara conectada cuando estaba en el laboratorio. Lo mejor sería que viéramos exactamente lo que pasó.
-Usted sabe cómo funciona -preguntó.
-Si, se maneja desde aquí, en el comedor, y se ve en la televisión. El ordenador aquel recibe las imágenes y las graba en el disco interno.
-Vamos pues a verlas -dijo mientras hacía un gesto con la mano a sus subordinados indicándoles que salieran todos- Salgan todos del comedor, solo nos quedamos el señor Lorenzo y yo.